miércoles, 20 de febrero de 2008

Learning

No iba a ir porque no había entrenado nada, no me montaba en la bici hacía un mes o más. Pero, my bike partner me invitó el domingo antes a un hermoso y pesado rai de puro ascenso en las montañas Cartaginesas, y.....lo logré!!. Llegué muerta, demasiada cuesta pa mi, pero satisfecha, una vez más mis piernas me devolvían la confianza. Entrené un poco durante la semana y el sábado por la tarde estaba montada en mi carrito rumbo a La Fortuna.

Hice sin problemas el segundo día de la Vuelta Recreativa al Lago Arenal, 60 kms de asfalto, 3 horas y media de pedaleo. Y con una bici ajena, la mía, se suponía iba en el camión con todas las bicis de la gente del ciclo, pero no....no iba...upssss, pequeño errorcito...mi bici se había quedado en Santa Ana, casi me da algo cuando el mae me dijo:.--no muchacha, aquí no viene ninguna bici como esa...lo siento!! Nooooooooo, ya estaba allí, levantada desde las 5 am, con 2 o 3 horas de sueño y toda la adrenalina en las venas. Me enojé, me agüevé...en fin me monté en "la bici de repuesto" de los organizadores, es decir, que me quedaba?....sino tratar de sacarle lo bueno a la situación.

Extrañé demasiado los cuernos de la manivela que me dan mucho apoyo para subir, y disfruté de la suspensión por mucho, mejor que la de mi bici. Cometí mil veces el mismo error con los cambios hasta que en un toque le colapsé el sistema de piñones. No paré nunca, en ningún puesto de asistencia, ni por frutas y llevaba el estómago vacío. Llegué a Tilarán sedienta, hambrienta y casi arratonada. Un amigo me ofreció un chocolate que me devolvió a la vida y sin más, estaba feliz y orgullosa de toda la odisea. Y pensé....--que, es en la situaciones difíciles en las que realmente se ponen a prueba nuestras capacidades, y que todo depende de la actitud que tomemos ante las cosas. Tengo que aprender a controlar mi ímpetu de competencia.

Reina

Es la única persona en el mundo que se ha aguantado a mi abuelo en los últimos 10 años, además cuidó a mi abuela y a mi tía abuela hasta que murieron. Cuando voy a casa de mi madre, me encanta sentarme a hablar con ella. Me cuenta sus historias de jóven en Nicaragua: cómo creció en un pueblo olvidado de todo, donde nunca le enseñaron a leer, solo a cocinar, a aliñar el maíz, hacer tortillas y servirle de plato de octava mesa a los hombres.

Tuvo 6 chigüines, el padre de los 2 primeros se murió en la guerra y el de los últimos 4 le pegaba si intentaba hablar. Una vez, después de mucho andar vendiendo cosas por la calle y de ahorrar unos cincos sin poder contarlos mucho y por obra de alguna fuerza, logró establecer una pequeña panadería en su casa, en un pueblo mejor, no tan perdido en los confines de la montaña. Su marido entonces, le dijo que se fueran para Costa Rica, que allá estarían mejor, pero que antes tenía algunos asuntos que arreglar. La mandó para la casa de unos hermanos de ella, con los carajillos, un tiempito. Un día, ella cansada e impaciente de no oír noticias del padre de sus hijos, se fué al pueblo a buscarlo, a ver como iba la cosa con sus cosas, que tanto esfuerzo y sudor le habían costado, pero no encontró nada, ni al hombre ni su panadería, ni su casa, bueno mejor dicho, la casa seguí allí, pero ya no era suya. El la había vendido, y con la plata había desaparecido.

Y ahí quedó ella, perpleja, con una cola de niños que alimentar y más sola que nunca. Sin nada de nuevo, pero la vida continuó y después de algunos años el destino la puso en ésta tierra, donde ya lleva más de 10 años trabajando para la familia de mi mamá.

Es la única persona que ha podido bañar, alimentar, vestir, limpiar y cuidar incansablemente de mi abuelo de 93 años, un hombre terco y cerrado como él solo. Cuando todos los demás han renunciado o nos hemos tirado los toros desde la barrera. Tengo que decir que a esa pequeña mujer de ojos crispados la admiro mucho, y tengo que agradecerle más.

lunes, 4 de febrero de 2008

Copey

Éste fin de semana, hubo un completo cambio de planes; indecisas con respecto a si ir o no a Guanacaste, donde había un pequeño festival de arte, en él que participaba un querido amigo, y con muchas ganas de pasar tiempo con él y su esposa, pero por otro lado con obligaciones de último momento y poco tiempo disponible, decidimos irnos a un lugar mucho más cercano.

Así, el sábado por la tarde, con sanguchitos y café en el termo nos pusimos de camino hacia un sitio que para mí es simplemente maravilloso y muy mágico: Copey de Dota, en la zona de los Santos.

Primero una parada estratégica en la Interamericana para sentir el frío de la montaña, acompañado del cafecito. Admirar el paisaje y empezar a sentir esa energía diferente que siente uno cuando va dejando atrás la ciudad.

Después de 1 hora y resto de camino, llegamos al principal pueblo de la zona, que es famoso por el café que produce, Santa María de Dota, y que esa tarde nos recibía con un evento muy alegre y oloroso: el Tope. Toda la gente super enfiestada, fiesta de pueblo....muchos personajes, a mí los que más me llamaban la atención eran la nada despreciable cantidad de indígenas, con trajes propios de su cultura, presentes ahí, agrupados entre ellos, sin relacionarse demasiado con los otros.

Finalmente, al anochecer ya, entramos a éste pueblito de mis sueños, donde quiero pertenecer de alguna manera, que tiene ya un lugar dentro de mí, por su belleza, por su río despertador, por su frío acogedor, por tanto amor que da al que lo habita o lo visita.

Pequeño Copey, donde me imagino en retiro, haciendo miles de cosas que la ciudad no da tiempo. Llenándome de algo que ésta ahí y aquí, en mi corazón.